viernes, 13 de marzo de 2009

"La Sociedad Ansiosa" J. Irigoyen

En los últimos años se producen, en la cotidianeidad de los
centros de salud, una serie de comportamientos por parte
de diversos usuarios que implican un alto grado de ansiedad,
desconfianza, actitudes negativas o expectativas desmesuradas.
Este hecho no se corresponde con la percepción mayoritaria
existente acerca del contexto social en que tienen lugar, que
se entiende como una sociedad de bienestar para la gran mayoría
y unos servicios de salud cuya calidad está suficientemente
acreditada. El resultado de estos comportamientos es la multiplicación
de microconflictos, latentes o manifiestos, difíciles
de concebir y manejar por parte de los profesionales, que en
ocasiones se encuentran desconcertados ante esta situación.

Pero no se trata de un hecho aislado y específico de los
servicios de salud. En las sociedades actuales, el crecimiento
sostenido económico y tecnológico se acompaña de un malestar
patente, aunque no siempre objetivado. Se puede
constatar un desencuentro entre las visiones positivas de la
realidad realizadas desde los dirigentes sociales, los profesionales
y las elites, y distintos sectores sociales “de a pie”,
que tienen percepciones sobre la situación en las que se manifiestan
temores, dudas o incertidumbres. De este desencuentro
resulta una especie de hipocondría social que políticos,
dirigentes y elites sociales no aciertan a comprender
bien. Este hecho es un indicador de la ambivalencia y la
complejidad del tiempo presente.

Desde las ciencias sociales se reconoce la novedad de las
sociedades actuales. Pero en las distintas teorizaciones acerca
de éstas aparecen valoraciones contrapuestas que ponen
de manifiesto sus ambivalencias. Las visiones triunfalistas
características de las teorías de la sociedad postindustrial, la
sociedad de la información, del conocimiento, o sociedad
red, se contrastan con teorías críticas, como la sociedad del
riesgo, teorías posfordistas, sociedad posmoderna o sociedades
de control. Existe consenso respecto a la magnitud de la
mutación en curso, pero diversidad acerca de su interpretación,
y en particular, en cuanto a la determinación de las líneas
de ruptura respecto al pasado inmediato.

Una de las cuestiones más importantes que cabe tener en
cuenta radica en que la sociedad global o el sistema social y las
personas operan en registros diferentes. Para el sistema el problema
estriba en una crisis de las organizaciones. Los cambios
sociales son tan acelerados y acumulativos que modifican los
entornos de las organizaciones obligando a éstas a adaptarse a
las nuevas condiciones. Las organizaciones actuales que nacieron
en tiempos pasados en los que la estabilidad era la regla y el
cambio la excepción, se encuentran inmersas en un contexto en
donde el cambio es la regla. La respuesta éste es un reto y les
exige grandes recursos y capacidades de adaptación. El resultado
de los cambios que encadenan sus efectos entre sí es la existencia
de un entorno poco integrado, móvil y dotado de una alta
opacidad. Así, se genera una sensación de crisis permanente.

Pero la realidad de una época no son sólo sus ideas o instituciones.
Además es la experiencia vivida que fundamenta
los estilos de vida y la organización social. Es la cotidianeidad
el ámbito en la que ideas e instituciones se legitiman y
las subjetividades las conforman. Aquí radica el espacio que
afecta a las personas individuales. La crisis para éstas es la
del sentido común, la de la forma de vivenciar la realidad.
De ahí que para los individuos exista confusión e incertidumbre.
Lo que se erosiona es la sólida visión de futuro
asentada por la percepción de la totalidad social estable existente
en el pasado. Ahora el conjunto social se percibe como
un mosaico fragmentado y disperso. El orden social no es
unívoco y no ofrece un lugar permanente a las personas. Es
preciso buscar permanentemente el sitio de cada cual.
La vertiginosa velocidad del cambio afecta no sólo a las
organizaciones sino a las personas. Nos encontramos en un
tiempo nuevo no sólo en el sentido sociohistórico, sino también
en el psicofísico, tal y como señala Virilio. Se constata
la ruptura entre un tiempo biológico-individual lento y un
tiempo emergente, que trasciende a la mayoría en tanto que
quiebra los mecanismos de adaptación. Esta aceleración impone
exigencias rigurosas a las personas. La explosión de la
ansiedad, el estrés, la depresión y otros problemas psicológicos
se relacionan con este factor.

El cambio se instala en las mismas trayectorias vitales. La
movilidad residencial, urbana, laboral, familiar, amorosa o de
estilos de vida hace más complejo el ciclo vital y lo fragmenta
en varias edades y transiciones. Como propone Gil Calvo, el
eje que ha estructurado las vidas para la mayoría se ha articulado
sobre la familia y el trabajo estable. Ahora se fracciona significativamente.
La vida ya no es unilineal, sino discontinua. In-
termitente y ocasional. Se compone de una trayectoria de sucesivos
contratos laborales, parejas, experiencias vitales y relaciones.
Así, se pierde la continuidad vital. Se conforma mayor pluralismo,
variación y flexibilidad, pero es más difícil ejercer el
control sobre el proceso. Se corre el riesgo de verse arrastrado
por un conjunto de hechos vitales consumados e imprevistos.

Desde la sociología existen interpretaciones que subrayan los
efectos positivos de este cambio. Giddens lo entiende como incremento
de oportunidades y posibilidad de elección de un sujeto
reflexivo ante un menú de opciones que anteriormente estaban
cerradas. Por el contrario, interpretaciones como la de Bauman
son críticas respecto a entender la vida como sucesión de
proyectos no integrados entre sí. La existencia individual es la
mera yuxtaposición de episodios ligeros sin una unidad de conjunto.
El incremento de movilidad y autonomía confiere a las relaciones
sociales un carácter de diversidad y heterogeneidad que
debilitan a muchos individuos. Se requieren más recursos personales
para gestionar satisfactoriamente el ciclo vital.
El resultado es la crisis de las identidades sociales y la configuración
de un Yo débil o discontinuo. El Yo se independiza
de la familia, la clase social y los grupos fuertes, y debilita sus
raíces culturales y sociales, tal y como señala Beck y Beck-
Gernsheim. El Yo débil lo configuran los deseos, los logros y
los acontecimientos vitales. En la actualidad, el sentimiento de
lo efímero o lo inmediato son los elementos estructuradores de
las relaciones sociales. De este modo, la nueva individualización
implica la desocialización respecto a los grupos naturales
sólidos que han configurado la identidad social como familia,
nación o clase social. Ahora cada individuo construye sus modelos
del comportamiento eligiendo entre referencias múltiples
y cambiantes, según el modelo del bricolaje.

Este proceso favorece el desarrollo de la personalidad narcisista
conceptualizada por Lasch. El narcisismo trasciende el
egocentrismo. Es una forma de personalidad que subordina lo
social a lo personal. Así, implica una autoindulgencia y autoimportancia
casi ilimitada y poco realista. Al experimentar el
mundo como inestable y cambiante, carecer de raíces sociales
sólidas, no tener anclajes en certezas y saberes recibidos, se
tiende a construir un sentimiento de omnipotencia del Yo, que
en muchos casos es ficcional. Las personas no perciben con
claridad límites en lo que pueden lograr. Uno de sus efectos
perversos es el incremento de conflictividad en los contextos
sociales que subordinan lo individual a lo colectivo y delimitan
el Yo. La pugna con los profesionales en sistemas como la
educación o la salud parecen inevitables. El modelo narcisista
implica la primacía de las obligaciones derivadas por necesidades
a corto plazo, la incapacidad de afrontar la sobrecarga de
información, la multiplicación de incertidumbres, la reducción
de las posibilidades de reflexión y relajación personales, y la
debilitación de relaciones personales de calidad.

El registro de las sociedades no se corresponde, pues, con el
de las personas. La contrapartida del crecimiento económico y
tecnológico, y el consiguiente incremento de oportunidades vitales,
es el debilitamiento del tejido social que conlleva la pérdida
de enraizamiento de muchas personas. El aumento de la
autonomía individual y la mayor libertad de elección en el
consumo, las normas de convivencia, los principios morales,
los gustos estéticos, las relaciones y las identificaciones tienen
el reverso de la disminución de la protección que brindaban
normas, instituciones y relaciones sociales. La modernización
tiene un precio: pone fin a un universo social seguro. Así, se
incrementa la incertidumbre, el desarraigo, la inseguridad en
uno mismo y la falta de confianza en los demás.

La nueva sociedad implica la reconstitución del vínculo social,
ahora más débil. En particular, la flexibilización del trabajo
tiene efectos demoledores, como ha mostrado Sennett. La
suma del trabajo débil y las relaciones sociales blandas implican
un cambio de gran envergadura que tiene como consecuencia
el incremento de sectores sociales vulnerables y frágiles.
El malestar generado por estos cambios es inseparable del
optimismo por las grandes esperanzas que suscitan los cambios
tecnológicos y las nuevas utopías de la abundancia material.
Ambos se entremezclan en la vida cotidiana y en el imaginario
colectivo. De ahí resulta un fenómeno tan complejo como
la aludida hipocondría. Además se introducen nuevas
desigualdades sociales entre quienes tienen recursos cognoscitivos
y relacionales, y quienes carecen de ellos.

De los factores reseñados surgen los nuevos malestares que
se expresan de múltiples formas. Los desbordados por la aceleración
del tiempo, los desarraigados, los frágiles, los vulnerables,
los sectores en desventaja social y los narcisistas construyen
sus propios comportamientos problemáticos. Desde la unidad
y la totalidad de su vida cotidiana los presentan en todos los
ámbitos sectoriales donde comparecen. Las consultas de atención
primaria son un consumo colectivo en el que se proyectan
inevitablemente estas inseguridades, incertidumbres y malestares.
Los requerimientos de los usuarios son diversificados y contienen
una variedad de aspiraciones, latencia de demandas no
bien expresadas y exigencias implícitas que superan el marco
sectorial de la salud. Desde la perspectiva de los profesionales es
preciso aceptar la creciente heterogeneidad de los usuarios, así
como las influencias de un entorno tan complejo. Éste es el requisito
previo para afrontar los problemas derivados de éstos.

Bibliografía :

1. Virilio P. El arte del motor. Aceleración y realidad virtual. Buenos Aires:
Manantial, 1996.
2. Gil Calvo E. Nacidos para cambiar. Cómo construimos nuestras biografías.
Madrid: Taurus, 2001.
3. Giddens A. Modernidad e identidad del yo. El yo y la sociedad en la
época contemporánea. Barcelona: Península, 1995.
4. Bauman Z, Tester K. La ambivalencia de la modernidad y otras conversaciones.
Barcelona: Paidós, 2002.
5. Beck U, Beck-Gernsheim E. La individualización. El individualismo
institucionalizado y sus consecuencias sociales y políticas. Barcelona:
Paidós, 2003.
6. Lasch C. The culture of narcissism. New York: WW Norton, 1979.
7. Sennett R. La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del
trabajo en el nuevo capitalismo. Barcelona: Anagrama, 2000.

Irigoyen J, et al. La sociedad ansiosa
372 FMC 2004;11(7):000-000 372

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